El problema del consumismo es que lleva en sí mismo una promesa mentirosa: si compras los objetos que deseas, te sentirás feliz. Esa promesa se sustenta en una idea impulsada tras la Segunda Guerra Mundial y que, definitivamente, se ha instalado en las bases de nuestra sociedad: la felicidad está estrechamente relacionada con la capacidad de consumo, o sea, con el dinero que tengas disponible para comprar.
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