Habían regresado los pájaros a la finca Somonte, ocupada por una cuadrilla de jornaleros que exigía aquella vieja y olvidada máxima de “la tierra para quien la trabaja”. Juntos, un puñao de hombres y mujeres estaban labrando el mañana que se les niega desde los despachos nobles donde se diseña el mundo que ya no cuenta con ellos, sino para cuando el lucro los necesite y explote en las manos ociosas que se pretenden, obedientes y silenciosas.
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