La sobreestimulación digital no solo nos roba tiempo y energía. También está degradando nuestras capacidades intelectuales. Vemos un vídeo, otro y otro más. En cuestión de segundos, pasamos del amor al odio, de la risa al llanto, del sentimentalismo a la frivolidad. Cada una de esas emociones libera una dosis de dopamina en nuestro cerebro y nos inunda de placer.
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