Como cada mañana, esta encantadora británica, residente en Norfolk, trabajaba en su jardín cuando bajo uno de los setos encontró algo voluminoso (el proyectil). Ni corta ni perezosa, lo cargó en una carretilla, lo trasladó al fregadero de la cocina y lo limpió como cualquiera de sus cacharros. Entonces un ruido alertó a su marido.
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