Los hay por todas partes. En museos, apilados en templos, en almacenes, escuelas y campos de arroz. Cada año, con las lluvias del monzón, aparecen más. De viejos, mujeres, niños y bebés. Son la abrumadora batería de pruebas con las que cuenta el tribunal internacional que juzga el genocidio de Camboya y que ayer se reanudó en Phnom Penh.
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