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En busca de la Mesa de Salomón

Según la tradición de los escritores mahometanos, Nabucodonosor, después de arruinar el templo de Jerusalén, repartió los despojos entre los príncipes de su comitiva. Al emperador griego le tocó la túnica de Adán y la vara de Moisés; al de Antioquía, el trono de la reina de Saba; al de Armenia, la esmeralda de Zulcarnein, y al de España la mesa de oro de Salomón. Se suponía que el rey Salomón había escrito en ella todo el conocimiento del Universo, la fórmula de la Creación y el verdadero nombre de Dios.

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