La primera tentación, obvia, es ponerse a buscar frases grandilocuentes pronunciadas por tipos que hubieran trabajado con él y adornar con ellas un artículo de situación; la segunda, lógica, es tratar de ser trascendente, no es para menos tratándose de quien es; y la última, banal, es explicar por qué Philip Seymour Hoffman era el mejor actor de su generación. Por qué ni uno solo de los actores que orbitan alrededor de esa supernova a punto de estallar que es Hollywood hubiera podido hacerle sombra aunque se lo hubiera propuesto.
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