Nunca he podido comprender la inquina contra los homosexuales. Siempre he pensado que, cuando las viejas culturas condenaron eso que se llamó aquí “el pecado nefando”, era porque se trataba de grupos humanos minoritarios, sometidos a condiciones de supervivencia muy duras, que necesitaban poblar rápidamente los territorios y no podían prescindir de una sola gota de semen. Pero lo que en sus orígenes probablemente no fue más que un recurso considerado necesario, se ha ido convirtiendo con el tiempo en una profunda manía.
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