Cuando el verano apretaba en aquella Sevilla de abigarrado urbanismo y zocos entoldados, el Guadalquivir se convertía en la costa más atractiva para el sevillano. Muchos textos andalusies nos hablan de cómo sus riberas, sombreadas por naranjos, limoneros y frondosas higueras, se animaban con una concurrencia deseosa de desembarazarse de todo tipo de sofoco. Del térmico se encargaba una cultura tradicional que sabia combatirlo con ropas y turbantes al uso. Para el otro sofoco, el sexual, el Guadalquivir también brindaba soluciones...
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