La idea de investigar acerca del atentado múltiple que acabó con la vida de mi padre y de otras seis personas -y que hirió a más de una veintena- siempre ha estado en mi cabeza, aunque enterrada debajo de una vida que sigue. Conocer la verdad de lo que sucedió aquel día maldito, el 21 de junio de 1993, es para mí la mejor medicina para una herida que probablemente no sanará nunca. Quizá algunas víctimas me entiendan, probablemente muchas otras no. Usted, si termina de leer estas líneas, tampoco comprenderá nada. O a lo mejor sí.
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