Fue el "emperador perfecto", según el juicio de sus contemporáneos, con la pequeña salvedad de que eligió como sucesor a un canalla, su hijo Cómodo, que en una rabieta a los 11 años ya quiso lanzar a un sirviente a un horno. Se le podría reprochar también no haber sido un gran comandante, resultar demasiado serio y reservado (demasiado estoico, vamos), carecer de sentido del humor y librar una auténtica guerra de exterminio contra los marcomanos y los sármatas. Pero persiguió la verdad, trató de ser justo y compasivo, practicó la introspección
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