Pocos lugares más seguros, y llenos de actividad, podían encontrarse en el mundo que fueran comparables al Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México en 1945. Dos bombas atómicas habían hecho caer al Imperio del Japón, con lo que la Segunda Guerra Mundial había encontrado un brusco y trágico final. Pero la carrera para desarrollar armas nucleares no había hecho más que nacer. Entre el ejército de científicos y técnicos que trabajaban en el laboratorio donde se crearon esas primeras armas nucleares se hallaba Harry K. Daghlian
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