[...] Hace tiempo, también, tuvimos un paciente en la treintena que coleccionaba bragas de sus conquistas. Nos contaba que a menos que tuviera una prenda de su aventura no se sentía satisfecho. De hecho, él solía confesar su fetiche a la chica en cuestión. Quizás porque era el modo más sencillo de conseguir que la mujer se la diera. Algunas de ellas se sentían halagadas y se la daban sin más, pero otras se sentían utilizadas y se negaban.
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