En 1838, el pintor británico David Roberts ya había ganado suficiente dinero tras su visita a España con la venta de los cuadros y litografías realizados en este viaje. Era hora de emprender con todas las garantías y la estabilidad necesaria su anhelado viaje a Egipto donde quería dejar plasmado en sus trabajos el inmenso patrimonio cultural del antiguo Egipto.
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