Los experimentos con más de 5.500 enfermos, soldados, prisioneros, prostitutas y huérfanos guatemaltecos entre 1946 y 1948 no fueron sólo responsabilidad de un doctor inexperto. Médicos de Harvard o el Departamento de Sanidad los aprobaron. Expertos de la Universidad Johns Hopkins participaron directamente en las pruebas. Y el Estado se gastó centenares de miles de dólares.
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