Llevamos dos décadas dañando a los niños con infantiles disputas adultas; priorizando el credo regional o ideológico sobre el pedagógico; confundiendo la calidad de la enseñanza con el número de centros, la jornada del docente o la cantidad de profesores en lugar de su cualificación; gastando en tener más coches que en llenar los necesarios de combustible y transformando el mayor espacio de consenso y progreso de un país en el peor lodazal de conflictos y afanes particulares que pudiera imaginarse.
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