Una anciana protagoniza el culebrón del verano con una obra de arte irrelevante. El caso representa la victoria de la banalidad en un mundo infantilizado y cínico. Desde el principio mismo del periodismo, todos los veranos se ha ofrecido a los lectores algún sonado culebrón que, sin ser falso del todo, resultara especialmente distraído. En el pasado los veranos carecían, en general, de noticias bomba (olvídese Hiroshima) y en la vacación crecían toda clase de monstruos del Lago Ness que suplían la falta de otras carnazas mediáticas.
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