Existía hace años la costumbre de jugar al bingo en las casas. Tras las comidas o cenas de fechas señaladas, se preparaba un pequeño bombo con bolas en su interior. Se repartía entre los jugadores unos cartones en los que, según iban saliendo las bolas, se tachaba los números hasta que alguien completaba todos los de un cartón y se convertía en ganador tras el clásico grito de “¡Han cantado bingo!”.
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