Se llaman Amparo, David, Julio y Javier, tienen entre 27 y 30 años, vienen de Córdoba, Burgos, Madrid y Logroño, tienen como mínimo una carrera, idiomas y ganas de trabajar, pero ninguno de ellos ha plasmado nunca su firma en un contrato. Tuvieron la mala suerte de acabar su formación a partir de 2008 cuando la tasa de paro, especialmente la juvenil, se convirtió en una de las pesadillas de España.
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