Te daban la bienvenida con interés, te ayudaban a acomodarte en tu asiento. Ofrecían pasatiempos a los niños y calentaban el biberón para los bebés. Podías pedir un vaso de agua, sin ofender a la madre de nadie. Tu compañero de asiento te pedía permiso para pasar. Unos ayudaban a otros a subir el equipaje de mano al compartimento superior. Se dejaban pasar en el pasillo cuando alguien iba con prisas para desembarcar. Se daba las gracias a los auxiliares de abordo. El pasajero no se sentía ni dueño del vuelo, ni esclavo de la compañía.
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