Los restos quedaron preservados de la corrosión gracias a que quedaron cubiertos en lodo, lo que impidió la entrada de oxígeno. Aún así, pocos podían imaginar que 70 años después, bajo tierra y tras sufrir un impacto desde 400 km de altura, el ruido de las ametralladoras volvería a resonar ante la mirada atónita de soldados, arqueólogos y periodistas.
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