Craig Murray ejerció como embajador de su majestad la reina de Inglaterra ante el gobierno de Uzbekistán. Al poco de estar allí, se topó con unas fotos en las que aparecía un miembro de la oposición uzbeka que había sido hervido hasta la muerte. Murray cogió el Land Rover de la embajada y recorrió el país, reuniéndose con los disidentes y enfureciendo al presidente Islom Karimov. Reportó las barbaridades al Foreign Office, pero comprobó que en Londres todos hacían la vista gorda. Las torturas se conocían y se consentían.
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