La flota de la Corona fue humillada en una batalla hispano-americana, pero tan olvidada que los británicos pudieron ocultarla y hasta acuñar medallas en honor a una victoria que no existió. Al vasco Blas de Lezo (1689-1741) le faltaba una pierna, un ojo y una mano, pero le sobraba cabeza y coraje: en un combate totalmente desigual contra una de las flotas más impresionantes jamás reunida, aquel teniente general de la Armada ibérica salvó al Imperio español al infligirle a Inglaterra una una humillante derrota.
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