A falta de verdaderos delitos, Islandia trazó una línea arbitraria entre lo lícito y lo ilícito al declarar ilegal la cerveza en 1915. Curiosamente, no prohibió los licores más fuertes, como hizo EEUU en la misma época, sino únicamente la cerveza. La alambicada (nunca mejor dicho) explicación de los impulsores de la medida fue que, al ser más barata que el vino o el vodka, la cerveza resulta más accesible a la juventud y, por tanto, puede suponer un primer escalón hacia el consumo de licores más fuertes. ¿Les suena el argumento?
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