Érase una vez un cuento sin principio, que nadie podía empezar a leer y que nadie quería seguir leyendo. Érase una vez un cuento sin moraleja, ni moralina, ni mensaje, ni metáfora oculta, ni muy inteligentemente oculta. Érase una vez un cuento sin principe azul ni rana verde, sin princesa en ninguna torre, ni dragón guardando tesoro. Érase una vez que no se era, que no se fue, que nada ocurrió y que nada se contó. Érase un escritor de cuentos sin cuento que contar, un cuentacuentos mudo, un público sordo y mil ladrones de ideas.
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