Ser demócrata en Europa está unido de forma indisoluble a ser antifascista. Algo que en España la herencia franquista de la transición impide ver con claridad. Sólo el hecho de que alguien pueda entrar en la cárcel por bromear o celebrar una muerte ya es grave, pero más lo es que una democracia defienda a los genocidas y verdugos del Estado de derecho. Una democracia que se preciara de serlo garantizaría el derecho a que cualquier ciudadano recordara con alborozo la muerte de un líder de la dictadura franquista.
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