Estamos en una cena, he quedado con una persona a la que hace tiempo que no veo. Intentamos conversar pero veo que al rato echa mano al bolsillo. Horror, pienso. Sé lo que va a hacer. Efectivamente: saca el teléfono móvil y empieza a responder mensajes o consulta las redes sociales. Se queda abstraído unos minutos, intento recuperar la conversación preguntándole algo o haciendo un comentario. Caso omiso, mi cabreo empieza a crecer.
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