“Cuando entré en la Agencia Tributaria, a mediados de los ochenta, arriesgarse a defraudar merecía la pena a mucha gente. Era complicado que te pillasen. Ni siquiera teníamos ordenadores en las mesas. Se trabajaba con carpetas, con intuición, abriendo inspecciones o mandando requerimientos por prioridades. Ahora la cosa ha cambiado. Tenemos programas muy potentes que cruzan millones de datos todos los días y que hacen muy difícil escapar al control sin una estructura compleja y buen asesoramiento.
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