En Pennsburg, un municipio de apenas dos calles al este de Pensilvania, Estados Unidos, hay una pequeña casa con una colección de arte que difícilmente se podría encontrar en una galería pública. Colgadas en las cuatro paredes de una habitación de la planta baja hay imágenes de lesiones y mutilaciones, de cráneos amontonados y de mujeres en posiciones de intimidad explícita. Sin embargo, lo que hace especial a esta colección no es tanto su contenido sino su origen. Todas las obras fueron pintadas por asesinos en serie.
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