El Torete odiaba su apodo. Ángel Fernández Franco, el chaval real detrás del mote que se inventó el director José Antonio de la Loma, ni iba por ahí gritando “¡Por mi libertad!” ni sonreía cómplice cuando los imitadores que lucían su mismo peinado y cazadora Lois se le acercaban para presumir de que ellos también se agenciaban Citroën Palas y los ponían a dos ruedas como él hacía en Perros callejeros (1977). Le horrorizaba haberse convertido en ese ejemplo. “Nunca tuvo alma de delincuente”, escribiría su amigo El Vaquilla.
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