El culto a la personalidad de los dictadores es uno de los accidentes inevitables y más frecuentes en los que recae toda sociedad totalitaria. Ningún país que haya sido víctima de semejante malformación social ha podido evitar el verse atrapado en la falsa aureola de concebir a sus funestos mandamases como si los mismos fuesen enviados celestiales.
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