El huevo –y concretamente su cáscara- es una de las obras de ingeniería biológica más extraordinarias con las que nos regala la naturaleza. Por una parte, debe ser lo suficientemente resistente como para aguantar el peso del ave que lo ha de incubar, por otra, lo suficientemente frágil para permitir al polluelo romperlo desde el interior al eclosionar. Y todo ello mientras poco a poco la cáscara se adelgaza pues el embrión usa el calcio de ésta para formar su propio esqueleto.
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