Tenía como seis años y mi madre nos llevó a mi hermana y a mí a regalarles juguetes a un niño y una niña que vendían chicles en el camellón de Barranca del Muerto. En mi memoria los dos se alejan corriendo, felices, el niño abrazando una muñeca. Se lo comenté extrañada a mi madre, que me explicó que a los niños también podían gustarles las muñecas. ¡Claro! Yo misma prefería jugar futbol que a la comidita. Es cierto que no tenía nada de raro. Pero eran los setenta. En 2017 lo progresista sería declararnos "transgénero" a ese niño y a mí,
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