A finales de 2000, un redactor de la revista Capital entró en mi despacho y me hizo una confesión: había sido seleccionado para jugar en la selección española de baloncesto del equipo paralímpico. Eran jugadores con discapacidad psíquica. Pasaron unos segundos porque no me atreví a hacerle la pregunta: "¿Pero tú eres…?". "No", me contestó. Me contó que la Federación Española de Discapacitados Intelectuales le había visto jugar baloncesto en unas competiciones municipales y le había pedido que formase parte del equipo que iría a Sidney.
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