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Cuando Quevedo salió en defensa de una mujer maltratada y acabó matando al agresor

Francisco de Quevedo (quien profesaba una profunda religiosidad) se consideraba un hombre de ley, a pesar de los numerosos defectos que podía tener y numerosos escritos de la época relatan cómo le gustaba el alcohol, acudir a prostíbulos, fumar compulsivamente, comportarse como un xenófobo e incluso ser un misógino. Y esto último es llamativo hasta el punto en el que uno de los incidentes más trascendentales de su vida fue producto de defender a una dama que había sido abofeteada por un individuo.

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