En 1717 Pedro I de Rusia estaba de visita en París, y una mañana que pasaba por una muy concurrida calle vio que una mujer se resbaló y cayó de espaldas con las piernas hacia arriba delante de su caballo. El Zar, observando atentamente aquella preciosa tijera de piernas parisina, exclamó con cierta picardía: "Las puertas del Paraíso están abiertas", mientras la muchacha se incorporaba.Aquel piropo se debía a la interesante costumbre de las mujeres francesas de la época de no usar ropa interior.
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