En 1962, un director prácticamente desconocido, Robert Mulligan, consiguió convencer a los estudios Universal de que 'Matar a un ruiseñor' podía ser una película tan magistral como la novela escrita por la sureña Harper Lee, que había conseguido el Pulitzer por desmadejar desde la mirada cándida de unos niños la complejidad de conceptos adultos como tolerancia, igualdad y justicia.
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