A principio de la década de los 50, un alcalde visionario viajó durante ocho horas desde Benidorm a el palacio de El Pardo montado en una Vespa. ¿Para qué? Convencer al Centinela de Occidente de que una forma barata de llenar las paupérrimas arcas del estado era mediante el Turismo. Pero no vistiendo a los camareros de toreros o regalando crema solar, no. La propuesta del munícipe por excelencia iba directamente en contra del pudor nacional-católico del régimen franquista. Se trataba de permitir el uso del bikini.
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