El «jump scare» cinematográfico, el susto repentino gratuito, ese momento fugaz que provoca un brinco en la butaca, es un recurso de la ficción tan rastrero, vil y denostado como divertido, efectivo o celebrado. Y el ejemplo más clásico de escena de jump scare es aquella que posee naturaleza felina: la supuesta amenaza que habita en la oscuridad y que acaba revelándose como un inofensivo gatito cuyos oportunos aspavientos sobresaltan al personaje en la pantalla, y al público en la platea.
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