La crisis mezclada con el impulso irrefrenable del consumo ha creado un nuevo elemento en las familias: el menor maltratador de sus padres, que no se resiste a perder el paraíso de los sueños, el lujo y los caprichos a los que se acostumbró en los tiempos de abundancia. La cruda realidad ha creado una generación de ‘principitos’ poco dispuestos a aceptar unas circunstancias adversas. Y lo peor de este fenómeno es que se produce al tiempo que otros muchos niños sólo hacen una comida normal al día, la que les dan en los comedores escolares.
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