Corría el año 1926 cuando el millonario Alec Cochran quiso regalarse un barco. Pero no un barco cualquiera. Él quería el barco más bonito del mundo. Estaba enfermo de tuberculosis y, sabiéndose cerca de la muerte, quería – y podía- permitirse tal capricho. Y con este deseo de millonario moribundo empieza la historia del Creole, la nave maldita más bonita del mundo.
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