Érase una vez un país que se creía rico. No tenía petróleo ni gas. Sus reservas minerales eran escasas y estaban casi agotadas. Su industria, mediocre y poco competitiva porque su mano de obra no era barata. Su agricultura dependía de un regadío deficitario de agua y gran consumidor de energía. Apenas tenía tecnología propia ni investigaba lo suficiente para conseguirla. Y sin embargo se creía rico.
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