Soy un pecador. Contumaz. Lo confieso. Ejerzo como profesor. En un centro público. Encima, me siento comprometido con él, con mis compañeros y, sobre todo, con sus alumnos y familias. Mi instituto está en una población a las afueras de Murcia capital. Atiende a varias pedanías del corazón de la huerta profunda. Nuestros alumnos proceden, en su mayor parte, de familias humildes. Son chavales nobles, buena gente, por lo común, aunque, como en toda casa, de vez en cuando tengamos que lidiar con alguna oveja descarriada.
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