(C&P) Cuentan que cuando el payaso pisó la pista del circo con sus enormes zapatos, el silencio nervioso del respetable se hizo añicos desde una de las primeras filas de asientos, el lugar desde el que, alto y claro, llorando a borbotones como una fuente diminuta, un niño se aferraba a su padre aterrado por la presencia de aquel tipo extraño de cara blanca, nariz roja y sonrisa imposible.
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