Los que vivimos antes de los tiempos de opulencia (también desaparecidos diríase que para siempre) podíamos recorrer la península saltando de bar en bar y de domicilio en domicilio sin desembolsar un duro (un duro era una moneda que aglutinaba cinco de las únicas pesetas que ha habido). Todo era gratis: las casas estaban abiertas de par en par y nadie negaba un trago de vino, una raja de chorizo o un préstamo hipotecario al caminante que, sediento o festivo requería ese sencillo socorro. Eso se acabó. Ahora se cobra hasta por sudar.Véamos ejemp
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