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La cosa va de iluminados

Le delató un gesto que nadie supo interpretar. Cualquier hombre humano se toca los cojones, pero en un ministro choca, sobre todo si acaba de salir de misa. El ministro, que tanto añoraba a ETA y por eso fue voluntario para presidir el homenaje póstumo a Ariel Sharon –uno de los etarras más sanguinarios de la banda terrorista–, pensaba que el poder era llevadero, si se era persistente, para un tipo corriente como él. En la rueda de prensa habitual tras una de las muchas catástrofes que le habían tocado vivir...

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