Nadie, excepto él, creyó en aquel boceto pintado a mano sobre la hoja de una libreta. Nadie, excepto Alain Carpentier. «No podía soportar más ver morir a gente joven por ataques al corazón», repetía el hijo de la pianista de Toulouse, quien de niño, milagrosamente vivo tras superar una peritonitis, prometió a su madre que sería médico. Y no uno cualquiera. Veinticinco años después ha logrado lo que ningún otro inventor fue capaz de imaginar: un corazón artificial hecho a imagen y semejanza del humano...
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