[...] Estaba destrozado. Tras una incursión furtiva en Tibet, recorriendo varias decenas de kilómetros diarios, durmiendo en cuevas, perdiendo peso por no comer, sin apenas descansar y hasta rompiendo la suela del calzado, sumado a un viaje por India de tremendo desgaste, dos días de calma me venían de perlas para reponerme física y mentalmente, y el pintoresco asentamiento al que había llegado no podía invitar más a ello: Badrinath, un remanso de paz enclavado en el corazón del Himalaya.
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