La construcción de un puente romano empezaba por sus cimientos. Primero se seleccionaba el terreno más firme y se comprobada la resistencia del subsuelo, tras ello se colocaban las 'ataguías' que eran unas empalizadas dobles, cilíndricas o prismáticas, hechas de troncos, firmemente clavados en el suelo y unidos e impermeabilizados mediante pez y arcilla, y luego se hacía un interior estanco extrayendo el agua mediante un tornillo de Arquímedes.
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