"Después de cada muerte, el ritual siempre era el mismo: rezar diez ave marías y veinte padres nuestros. Ni uno más, ni uno menos. Tras la rezo-terapia, Julio se deshacía de la culpa. Y tenía la certeza de que nunca iría al infierno. Hace treinta y seis años, cuando mató a su primera víctima, un imberbe Julio no consiguió pegar ojo ni probar bocado. Después de 492 muertes, aprendió a convivir con los cuerpos sin vida que dejaba a su paso, a olvidar el peso de sus víctimas."
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